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y ahora que importa que se inunde el cielo de carroñeros, y tanto que ya no haya lugar para uno más
y que importa si las risas de las hienas ensordecen la brisa del atardecer
y si porque nuestra soledad es directamente proporcional al tamaño del universo
y porque el absurdo

porque hay algo jodidamente bello en este destello de improbalidad que es la conciencia de ahora...
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es un recorrer de arriba a abajo un lugar en el que no quepo

en un vano intento por hacerme notar
como si no fuera transparente
como si no fuera translúcido


es un pleno acto de sabotaje mi respirar, un desafío cada latir
hasta que el universo ría de burla a mi desacato
y la razón se deje con saña de contrariarme
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me está doliendo el mundo como en un alarido sordo, un desuello
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en caja fuerte de banco el sacerdote guarda piedras de lluvia

a honda y piedra hombre-granizo contendiendo contra nubes

el hombre-pájaro se hizo añicos, se dio contra un cielo de polietileno y neón
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hemos retrasado tanto nuestra partida que los villanos que nos aguardaban al acecho en los escondrijos de junto al camino han muerto de inanición

nosotros como estatuas de sal en el centro de la plaza de la aldea
debajo un pedestal que tiene a un lado una placa de metal precioso con una inscripción que narra una historia de un heroísmo impracticable
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sucedía por ese entonces que por entre las sinapsis enrevesadas de mi mar de ardora comadrejeabas sutil y voluble
y yo, que creía todavía en los cuentos y en las hadas, en vano esperaba mi beatificación eléctrica
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canto a la explosión primigenia que dio existencia a este universo
en cuyas ondas expansivas, todos nosotros, detrito estelar
nos deslizamos graciosa y brevísimamente

—¡oh madre entropía!
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soy la piedra de Sísifo soy el buitre de Prometeo soy las visiones de Casandra
soy la carga sobre las espaldas de Atlas soy la espada de Damocles

soy el móvil perpetuo soy el santo grial soy la tierra prometida
soy el reino de los cielos soy el estado comunista

soy el crimen perfecto soy el amigo imaginario soy el amor verdadero

soy la náusea soy Godot soy Bartleby soy Kurtz soy Tyler Durden


soy el océano soy la gran resaca
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mientras, en el yermo de tierra de nadie se siembra una simiente que no va a germinar
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ebria de luminiscencia una luciérnaga arremete contra el filo de la noche
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no son las palabras el poema















el poema es el abismo alrededor


















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parto de un discurso derruido
discurro anegado de congestión
percibo contingencia
animadversión

fagocitación y desfragmentarme de mi

yo el acrofóbico hombre de la cornisa sinapsis de neurosis
redomado pirómano de fondo de mar

orbito mi cuerpo pálido punto azul

la ruptura es inminente la desintegración
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eran horas robadas
era en la quijada de un lobo era una huída y camuflaje de camaleón

recibí la visita del mundo esa noche
vino el reino de los cielos —igual a mi desolado escurridizo

ya no tengo miedo —creo que hasta podría morir
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digo que la felicidad se parece bastante a la angustia
en siluetas de sombras de recuerdos danzando sin rostro corroídos de olvido

se está bien aquí orbitando antes de la colisión

cuando supe de los buenos tiempos
hice el loco hice el muerto hice el olvido hice la ausencia
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está comprando un muro, está emparedando un pueblo
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toda ella
plegaria de mantis
rota melodía de violín errante
jesús lagarto aguas arriba
gorjeo de pájaro lira
lluvia de piedras
isla
mujer
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hicimos la noche todo el amor
ella amaneció
amarilleaba un otoño de papel y piedra
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hablo de la violencia de pronunciar la palabra —aunque sea la palabra «silencio»
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Los antiguos no sabían del silencio, por eso nos legaron su virtuosismo grandilocuente. No sabían del silencio rudo y tosco que nos espera al final. Creyeron que vivirían por siempre, y así fue que tejieron sus mortajas primorosas. No sabían del artificio eléctrico del silencio.
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Incluso en esta débil y frágil levedad, en esta inconsecuencia y este nirvana de insensibilidad. Hay una multitud oculta. Yo me sofoco, me lleno de ira.


Denegado el petitorio, vanas son las penitencias de los penitentes. Hecho el sacrificio, demás están los hombres santos, ¡y quedan tantos mártires en desahucio!

Demasiados eruditos, crítica especializada. Y ningún artefacto, obra alguna, arte alguno.
La multitud boleto en mano, y, sin viaje.

Y yo. Renunciamientos. Y yo una semántica de yo y feliz y nadie.

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  • - desapego
    Hace 8 años