Ni siquiera queda un rayo de luna.
Habitaciones vacías, miles de ellas, de espejos que olvidaron reflejar. Tenía entoces su ausencia el filo de una hoja de afeitar y yo disfrazaba a mi soledad con las ropas que ella dejó olvidadas.
Habitaciones vacías, miles de ellas, de espejos que olvidaron reflejar. Tenía entoces su ausencia el filo de una hoja de afeitar y yo disfrazaba a mi soledad con las ropas que ella dejó olvidadas.
Dejé de percibirla, a su soledad, a su ausencia punzante. Y los charcos humeantes de líquido eléctrico se evaporaron. Las habitaciones y yo enmohecíamos y nos desmigajábamos, trasparentes e insomnes.
Oh, estoy tan cansado que no me importaría que todos salgamos despedidos hacia el espacio y que nuestras cabezas estallaran como globos sobreinflados, con tal de que este loco mundo de una vez por todas desistiera de su estúpido girar.
La paz de estas soledades me satisfizo. ¡Oh, es hoy un día tan bello! ¡estoy bien!, y los espectros huraños que pueblan este páramo recóndito.
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