Naufragio sobre el hervor estertóreo de mi sangre, un bullir de odio en las mañanas atizado por el mismo sol. Sádico el tiempo profana mis cadencias, me engulle, me escupe. Tibieza me inculpan y termino el día regurgitado de todos los dioses, de todos los peces. Me zumban las aurículas de sandez pero me acomodo en mi cobertizo de intemperie agujereada —agusanada—. Junto al camino espero a la noche, que es de dar vueltas y callar, y es de un brillar sigiloso; está lista para —espada en mano— acometer la sordidez, luego un capitular ignominioso.
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