Todos fuimos engañados, la mujer hermosa de ojos decididos, sus canciones, su guitarra; eran el mítico dragón tempestuoso que devora a hombres como yo como si nada, y era el unicornio inalcanzable; pero todos ellos tampoco eran, ni fuí yo. Todos éramos mentiras
Se fueron, todos se fueron, quedo yo. Lo poco que queda de mi: un erial entrañado de patetismo, un enmaraño de efimerías desgastadas. Desequilibrios químicos eléctricos.
Traslúcido y primigenio, inmenso, el animal sin edad, vive y espera, nadie sabe que espera, vive porque espera y no sabe hacer otra cosa más que esperar, si no esperara talvez moriría. No es a la muerte a lo que le teme sino al dolor. Es inútil forzarlo, solo hago como si no estuviera, como si él no fuera yo, y yo fuera uno sin él.
(creyó que sabía cómo, lo supo, supo a que sabía, después dijo que no hay, que nunca hubo, pero que sin embargo hubo, pero muy probablemente, nunca más habrá de nuevo.)
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